El asombro que se escurre entre los dedos
Cuando era niña quería comerme la vida de un solo bocado. Todo lo quería entender. Me moría por saber los secretos más profundos de cada ser relevante, a mis cortos ojos de niña de 10. Me devoraba los libros. Traducía las canciones del inglés que resonaban en la radio. Las interpretaba en todos los contextos de cada palabra y en una canción se escondían cien mil significados. Mi búsqueda era limitada, solo podía saber aquello que significaba algo según el diccionario; se me escaparon de las manos todos los dichos coloquiales que una extranjera -como buena extraña- no comprende. Para los extranjeros, la literalidad es el principio de incomunicación y la incomunicación, una forma de muerte lenta. Adoré las letras. Me maravillé del juego completamente humano de mezclar cientos de símbolos y sonidos para construir palabras y a ello, dar significados. Construir realidades desde la capacidad de verbalizar. Entendí que los idiomas atienden a los territorios como las cartografías de los sentir...