Me aterra tener un novio policía
Amanece nublado. No dan ganas de levantarse. Si no fuese por las obligaciones, las deudas y los gatos, podría seguir eternamente refugiada en esta espiral comfortable en que se han convertido mis cobijas enredadas.
Es la segunda vez que suena la alarma. Por más que intento tomar fuerzas, no me sale ni pararme. La última vez que lo vi, dijo que tenía una misión especial. Anunció su traslado, iba con algo de miedo pero también, con esa sonrisa que le caracteriza. Cuando lo conocí, tenía la mejor actitud ante la peor tragedia. Bromeaba de los problemas ordinarios, se reía de los días miserables y bromeaba el doble sobre los días abundantes. Con dichos y buena actitud, hablaba sobre el valor de la valentía. Decía que todos los que resistimos somos doblemente dignos que los miserables que salen a aterrar gente a las calles.
Ese día le pedí que no fuera. Le rogué que se quedara a dormir, que renunciara. Le conté que además de mi rutina de 8 a 3, tengo talentos haciendo hamburguesas, él mismo lo ha comprobado a lo largo de nuestra relación. Le ofrecí dedicarnos a los negocios, a la vendimia, explotar el Internet. Mi capacidad de convencimiento es tan nula como mi capacidad para levantarme y afrontar el día. Ni la rabia me mueve.
Hace años sobrevivió a un atentado más grande, iban por él. Cerraron todos los caminos. Los dinamitaron. Su ángel fue demasiado contundente. Hoy no tuve tanta suerte. Anunciaron en las noticias y los medios del gran golpe. No he querido ni conocer la confirmación del hecho. Prefiero pensar que estoy viviendo un mal sueño. Tal vez, me acosté chueca. O quizá no me tapé. Seguramente estoy viviendo el sueño dentro del sueño y por eso no me quiero levantar. Cómo pesa mi cuerpo. Las piernas se me han convertido en elefantes ancianos que apenas y quieren moverse, pero tengo el torso lleno de júbilo. Apenas me retuerso y sin querer, me pellizco el sexo con los muslos gruesos. Lo extraño. Recuerdo sus ojos rebeldes, su barba casi árabe, sus pestañas tupidas. Esos labios que saben a verdad y endulzan hasta la más agria de las mentiras. Me aterra que no vuelva ese impulso jovial.
La adrenalina es una adicción para hombres como el. Tiene el fino deleite de ser rebelde a convicciones naturales. El sueldo o el cargo le sobran. Necesita sentir que está vengando algo. Ni siquiera sabemos si lucha por nosotras o por todos sus ancestros, pero luchar es su adicción. No se haya en los negocios, aunque dinero no falte. No se encuentra en la tranquilidad de los trajeados, abogados lujosos, aunque contactos le sobren para lograrlo. Simplemente, quiere salir a luchar.
Me dicen que he tenido suerte. Otro como él querría ser un gatuno cazador que no deja viva a la rata o ratón deseado. El mío es distinto. Digo mío aunque sea de todas, es un ser tan público que me aterra. Sueño que estamos en la selva y que el mayor enemigo es un guepardo o gato montés, sueño que con su bondad, logra domarlo. Tenemos un jardín lleno de felinos salvajes que, sobre destrozarlo, han elegido amarlo. El mundo de los hombres no tiene tanta consciencia, sigo dando vueltas en la cama. Me aterra tener un novio policía. Me aterra que vengan por mí un día. Sueño que escalo hasta la copa más alta del árbol. Me cubren mis amigos koalas, me alertan mis sobrinos petirrojos. Un grupo de pájaros carpinteros intentan refugiarme, crean un hoyo dentro de la corteza de un viejo árbol, esperando que mi cuerpo se funda con la madera y no me puedan encontrar. Ellos vuelan. Por la madrugada, despierto dormida de pie y alcanzo a ver a una lechuza. Qué distinta y vulnerable se ve de cerca, con razón no es sencillo encontrarlas a plena luz del día. Parece que los bajos amazónicos me han adoptado como parte de su fauna habitual. Miran mis ojos casi con lástima, como mira el buitre al hijo huérfano que ha quedado en el nido, a sabiendas de que tarde o temprano, lo habrán de devorar. Me aterra tener un novio policía.
Es tarde. Oficialmente, me resistí a todas las alarmas. Aún siendo animal de la jungla, debo ir a trabajar. Me aterra que me den la noticia. Sé que hubo un atentado, no quiero confirmar que se lo llevaron a él. Mi única buena noticia fue que no llegaron flores ni chocolates a la portería del sitio donde vivo. A pesar de eso, me aterra tener un novio policía.
Es la segunda vez que suena la alarma. Por más que intento tomar fuerzas, no me sale ni pararme. La última vez que lo vi, dijo que tenía una misión especial. Anunció su traslado, iba con algo de miedo pero también, con esa sonrisa que le caracteriza. Cuando lo conocí, tenía la mejor actitud ante la peor tragedia. Bromeaba de los problemas ordinarios, se reía de los días miserables y bromeaba el doble sobre los días abundantes. Con dichos y buena actitud, hablaba sobre el valor de la valentía. Decía que todos los que resistimos somos doblemente dignos que los miserables que salen a aterrar gente a las calles.
Ese día le pedí que no fuera. Le rogué que se quedara a dormir, que renunciara. Le conté que además de mi rutina de 8 a 3, tengo talentos haciendo hamburguesas, él mismo lo ha comprobado a lo largo de nuestra relación. Le ofrecí dedicarnos a los negocios, a la vendimia, explotar el Internet. Mi capacidad de convencimiento es tan nula como mi capacidad para levantarme y afrontar el día. Ni la rabia me mueve.
Hace años sobrevivió a un atentado más grande, iban por él. Cerraron todos los caminos. Los dinamitaron. Su ángel fue demasiado contundente. Hoy no tuve tanta suerte. Anunciaron en las noticias y los medios del gran golpe. No he querido ni conocer la confirmación del hecho. Prefiero pensar que estoy viviendo un mal sueño. Tal vez, me acosté chueca. O quizá no me tapé. Seguramente estoy viviendo el sueño dentro del sueño y por eso no me quiero levantar. Cómo pesa mi cuerpo. Las piernas se me han convertido en elefantes ancianos que apenas y quieren moverse, pero tengo el torso lleno de júbilo. Apenas me retuerso y sin querer, me pellizco el sexo con los muslos gruesos. Lo extraño. Recuerdo sus ojos rebeldes, su barba casi árabe, sus pestañas tupidas. Esos labios que saben a verdad y endulzan hasta la más agria de las mentiras. Me aterra que no vuelva ese impulso jovial.
La adrenalina es una adicción para hombres como el. Tiene el fino deleite de ser rebelde a convicciones naturales. El sueldo o el cargo le sobran. Necesita sentir que está vengando algo. Ni siquiera sabemos si lucha por nosotras o por todos sus ancestros, pero luchar es su adicción. No se haya en los negocios, aunque dinero no falte. No se encuentra en la tranquilidad de los trajeados, abogados lujosos, aunque contactos le sobren para lograrlo. Simplemente, quiere salir a luchar.
Me dicen que he tenido suerte. Otro como él querría ser un gatuno cazador que no deja viva a la rata o ratón deseado. El mío es distinto. Digo mío aunque sea de todas, es un ser tan público que me aterra. Sueño que estamos en la selva y que el mayor enemigo es un guepardo o gato montés, sueño que con su bondad, logra domarlo. Tenemos un jardín lleno de felinos salvajes que, sobre destrozarlo, han elegido amarlo. El mundo de los hombres no tiene tanta consciencia, sigo dando vueltas en la cama. Me aterra tener un novio policía. Me aterra que vengan por mí un día. Sueño que escalo hasta la copa más alta del árbol. Me cubren mis amigos koalas, me alertan mis sobrinos petirrojos. Un grupo de pájaros carpinteros intentan refugiarme, crean un hoyo dentro de la corteza de un viejo árbol, esperando que mi cuerpo se funda con la madera y no me puedan encontrar. Ellos vuelan. Por la madrugada, despierto dormida de pie y alcanzo a ver a una lechuza. Qué distinta y vulnerable se ve de cerca, con razón no es sencillo encontrarlas a plena luz del día. Parece que los bajos amazónicos me han adoptado como parte de su fauna habitual. Miran mis ojos casi con lástima, como mira el buitre al hijo huérfano que ha quedado en el nido, a sabiendas de que tarde o temprano, lo habrán de devorar. Me aterra tener un novio policía.
Es tarde. Oficialmente, me resistí a todas las alarmas. Aún siendo animal de la jungla, debo ir a trabajar. Me aterra que me den la noticia. Sé que hubo un atentado, no quiero confirmar que se lo llevaron a él. Mi única buena noticia fue que no llegaron flores ni chocolates a la portería del sitio donde vivo. A pesar de eso, me aterra tener un novio policía.

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