Hilvanar las palabras
Cientos de caminos no han sido recorridos así como millones de combinaciones de los símbolos que denominamos letras, con los que formamos palabras, aún no han sido plasmadas. Las letras así como las palabras no están terminadas nunca. Con cada generación, las palabras mutan así como las ramas y bosques nacen y renacen. Nunca acabados y siempre infinitos. Especies que se mezclan entre sí, nuevas semillas que se descongelan.
Si es que las hadas viven entre los faunos, el juego es aún más profundo. Entre sutiles vuelos, hacen el amor entre los pétalos de flores. Se embriagan con las gotas de rocío mezcladas con la corteza de árbol que brinda extraños elíxires.
He notado que los árboles se van hilvalando así como lo hacen las palabras. Sus gruesos troncos se van convirtiendo en piernas gigantes de seres que han dejado enterrada la cabeza mientras trenzan las extremidades con la lentitud de la paciencia con la que avanza la naturaleza.
Entonces la palabra es hilo natural que conecta esa extraña fuente de todos los saberes. La que se descodifica siendo nombrada aunque en sí misma, no quepa en una palabra.
El micelio une y se hilvalana con las profundidades en un lenguaje que tan sólo entienden los minerales. Se entrelazan cuánticamente, transmiten mensajes en proteínas desconocidas para el intelecto humano. Los idiomas de la naturaleza son aún más interesantes. Vibran, son imperceptibles para el oído humano. Emiten esporas, invisibles para el limitado ojo del que mira. Envían y reciben mensajes incaptados, nunca decodificados.
Nos acusan, susurran de nuestro paso y también registran nuestras transgresiones. Almacenan memorias a las que no podemos acceder y comparados con el tiempo que ellos habitan la tierra que pisamos, nos volvemos suspiros. Árboles gruesos y gigantescos con más de 500 años, que han interactuado con cientos de humanos, tantísimas generaciones que han muerto a los pies de aquellos, incorporándose a los ciclos eternos.
Hilvanar significa desentrañar, enlazar, trenzar integrando las fibras que nos ofrece el destino. Asumirnos hilos que se integrarán a la tierra, algún día. Saber que seremos eternas.
Si es que las hadas viven entre los faunos, el juego es aún más profundo. Entre sutiles vuelos, hacen el amor entre los pétalos de flores. Se embriagan con las gotas de rocío mezcladas con la corteza de árbol que brinda extraños elíxires.
He notado que los árboles se van hilvalando así como lo hacen las palabras. Sus gruesos troncos se van convirtiendo en piernas gigantes de seres que han dejado enterrada la cabeza mientras trenzan las extremidades con la lentitud de la paciencia con la que avanza la naturaleza.
Entonces la palabra es hilo natural que conecta esa extraña fuente de todos los saberes. La que se descodifica siendo nombrada aunque en sí misma, no quepa en una palabra.
El micelio une y se hilvalana con las profundidades en un lenguaje que tan sólo entienden los minerales. Se entrelazan cuánticamente, transmiten mensajes en proteínas desconocidas para el intelecto humano. Los idiomas de la naturaleza son aún más interesantes. Vibran, son imperceptibles para el oído humano. Emiten esporas, invisibles para el limitado ojo del que mira. Envían y reciben mensajes incaptados, nunca decodificados.
Nos acusan, susurran de nuestro paso y también registran nuestras transgresiones. Almacenan memorias a las que no podemos acceder y comparados con el tiempo que ellos habitan la tierra que pisamos, nos volvemos suspiros. Árboles gruesos y gigantescos con más de 500 años, que han interactuado con cientos de humanos, tantísimas generaciones que han muerto a los pies de aquellos, incorporándose a los ciclos eternos.
Hilvanar significa desentrañar, enlazar, trenzar integrando las fibras que nos ofrece el destino. Asumirnos hilos que se integrarán a la tierra, algún día. Saber que seremos eternas.

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