Secuestro químico

Es increíble que la mitad de nuestro comportamiento y emociones son regidas químicamente por la estructura química cerebral y hormonal. La otra mitad, intestinal. Poco espacio le queda al famoso libre albedrío.

Nuestro cuerpo indica que las decisiones no son tan libres y la lucha más relevante de varias vidas consiste en identificar la química propia para distinguir si estamos en paz o en éxtasis, si es que nuestro estado químico-hormonal nos ha embriagado de serotonina y queremos dar todos los "sí" solo por un estado temporal o si es que esa rabia fulminante no es más que el simple secuestro amigdalar. Para colmo, a las hormonas y sustancias detonantes de estados emocionales, les influye la temperatura ambiental y la luz solar. Alguien que vive en las playas, los denominados "costeños" tienen más felicidad y jococidad en el cuerpo pues el calor influye en producir serotonina y oxitocina, las hormonas del amor y el placer. Aquellas personas que habitan en lugares fríos, tienen menos sexo, menos relaciones afectivas, son mucho más serios y a su vez, tienden a la depresión y al suicidio. Pero la vida en aquellos países parece perfecta. Los lugares fríos alcanzaron primero el desarrollo porque la ausencia de pasiones les ha permitido concentrarse en estudiar, descubrir, producir, investigar. Hablo de lugares como Oslo o Canadá. Comparados con la selvática e hidrocálida Brasil o África la diferencia parece obvia, aunque como toda desigualdad, es multifactorial, las temperaturas influyen bastante.

Para quienes viven en ciudades templadas, las lógicas emocionales son también estacionales. Hay deseo y más noviazgos durante la primavera; hay nostalgia y lágrimas durante el invierno. El asunto es que las emociones detonan decisiones y pocas veces hay estados neutrales para decidir. El galope intenso de la vida cotidiana junto a los ritmos para hacer o no hacer, hace que la mitad de las cosas que elegimos, las decidamos desde un impulso extraño que no se parece a nosotros mismos. Inclusive, los meses como diciembre o enero son propios de la retrospectiva y a veces, del arrepentimiento.

Por si fuera poco, la tecnología nos impulsa a decidir en menos de un segundo la próxima acción. Nos programa y nos presiona con cosas tan básicas como abrir o no una notificación, dar o no ese "me gusta", aceptar o no esa amistad nueva, seguir escrolleando o deternerme a mirar aquella publicación... Creo que la mayor parte de la gente vive en secuestro químico de sus emociones. Ni siquiera me atrevería a distinguir los momentos en que durante este año, actué por el impulso de ese combo hormonal natural. Ni puedo imaginar a quienes necesitan del impulso sintético de aquellos químicos. Ya sabes, quienes están medicados para controlas la depresión o la ansiedad, aquellos desafortunados a quienes se les ha diagnosticado que los niveles de producción hormonal en sus cerebros son los responsables de mirar la vida como si fuese algo miserable.

Saber entender el cuerpo propio asumiendo que no existen los parámetros normales o anormales podría ser desconsolante para cualquiera sujeto a esos regimenes clínicos. Hoy solo abrazo mi química cerebral. No tengo más interés en conocer si bajo los parámetros de científicos de sexo masculino que viven en el frío con genéticas euroasiáticas, mi producción de hormonas, latina y femenina, sea disparatada y clínica. Tampoco me interesa, siquiera, ahondar en la idea de que existen personas "intensas" y que aquello debería ser dopado o corregido con cualquier tipo de medicamento. Escucho hacia adentro. intento escuchar con la glotis la voz de mi tiroides. Imagino que mis oídos se afinan al cerrar los ojos y simplemente, escuchan el pasar fino de hormonas hacia mi lóbulo prefrontal. Tal vez no estaba enamorada, solo influida por el calor de las costas de Guerrero. Probablemente no estaba deprimida, solo estaba demasiado expuesta a la temporada decembrina y a las lluvias de agosto. Aún así, mi química está bien. Imagino hacia adentro todo un circuito de grandes y pequeños canales, como si fueran cables, neurotransmisores de todos los colores fluctuando y haciendome estar viva. Sentir es un privilegio. Sentir demasiado también. Pienso en cómo recorre el cuello esa sustancia caliente que llega hasta mis brazos y cosquillea en las muñecas cuando siento ira. Pienso en el escalofrío de la espina dorsal cuando el placer activa todo mi sistema nervioso, y se emociona hasta una fibra desconocida que llega al tobillo. Pienso en el nerviosismo del estómago que envuelve a los intestinos mientras espero algo: calificaciones, reacciones, respuestas. Pienso en cómo el cuerpo "intestinaliza" como respuesta química al combo brutal de las emociones. Pienso que no hay una sola verdad: la ausencia de estímulos es cómoda y pacífica, mmi sistema nervioso está en calma. Pero la adrenalina de la vida, la sensación briaga del amor, las emociones de la sorpresa justamente revitalizan todo el organismo. A todo esto, me parece curioso que haya personas adictas a sus propias hormonas. Aquellos enamorados del amor, adictos a la adrenalina, los que adoran la oxitocina, quienes no pueden despegarse de aquello que estimula los secuestros químicos en que vivimos.

Entonces, el camino hacia adentro es sutil. No se trata de encajar sino de distinguir qué es lo que mi cuerpo emocional y hormonal dicta, qué dice mi química frente a lo que mi estado neutral diría. Sin juicios ni etiquetas. Entonces, el silencio se vuelve fascinante y la oportunidad de alejarse de los estímulos, también.

No me malentiendas, no hablo de ser antisocial. Hablo de que a la mínima oportunidad de silencio total, cero estímulos emocionales externos y cero vinculaciones sociales, nuestro sistema hormonal y químico-emocional podría reiniciarse. Permitir que nuestros cuerpos procesen todas las cargas químicas de un año con retiros decembrinos me suena a la mejor receta. Lo opuesto, me parece sobreestimulante. Ni posadas, ni fiestas, ni reuniones, ni vino, ni brindis, ni reencuentros que descarguen altas dosis de hormonas emocionales. Salir del secuestro químico para ser más libres. Escuchar hacia adentro. Romper la regla del exceso de interacciones. Fluir. Abrazar los claros. Habitar los oscuros. Sin anestesiarse con más y más hormonas químicas cerebrales. Poco menos con las sintéticas, nunca jamás recomendadas. En la naturaleza y las flores habita el equilibrio. Seguir fluyendo.

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