La Saladita

Existe un portal inerme con arena blanca. 
Formado casi por piedras, sal, cocodrilos y un inmenso mar. 
Entre arbustos de Guerrero al filo con Michocán, un río se convierte en parte del océano. 
Dicen que el agua salada y dulce son distintas en densidad. Es cierto. 
Un mes de mayo dos grandes aguas chocaron, era dos mil veinte o tal vez dos mil diecinueve. 
La naturaleza intensa de los oleajes solares frente a los lunares hicieron casi un huracán festivo 
del que no había manera de apaciguar el aire y la lluvia y el volcán y la tormenta y el terremoto y el huracán. 
Volaron en círculos. 
Se mezclaron. 
Los ríos lunares cabalgaron al fuego de los mares solares. 
Los mares solares envolvieron a los ríos lunares y los llevaron a su propia profundidad. 
En los ríos solamente había piedras pero en los mares había tanto y de todo que las aguas dulces 
fueron diluidas por un tiempo, encandiladas por tantísimo calor y luz que podría dejar mil ciegos... 
hasta que empezaron de nuevo a brotar.
Hubo seres buscándolos, cocodrilos que acecharon el imprevisto encuentro, dragones y delfines buscando perlas que solo crecen en la íntima oscuridad de las húmedas y vivas cavernas.

Estaban perdidos y fusionados pero aún entre las distintas densidades, estaban profundamente separados.
Las aguas agitadas cobraron la cuenta en lunas llenas y cocos varados por intensas olas que deseaban hacer de todas las aguas una sola. 
Como una guerra amorosa en la que se anhela una fusión que es bélica y aniquiladora a niveles existenciales en nombre del amor. 
Pero era imposible y del encuentro no hubo siquiera agua dulcesalada ni hubo piedracolorarena.

Había arena blanca y habían piedras color plata. Por la noche, bioluminiscencia al pisar. El recordatorio de lo sublime y lo fugaz.
Química pura azul y rosa, magia del mes de julio y octubre juntos. Habían nostalgias en el fondo del torbellino y había demasiada arena como para ver con claridad. 
Pisar implicaba luces encendidas en el fondo del arenal.
Seguir implicaba que la luz podría dejar al talón para abrazar al dedo gordo
y que tan rápido como cayera el siguiente pie, 
la luz podría iluminarlo 
olvidando el amor profesado al pie anterior.

Hoy no hay remolino ni caos ni aguas mezcladas. 
Hay damnificados y heridos. 
Hay estragos, piedras que no están en su lugar ... 
Aguas que al final, se desbordaron.

Hay dolor. 
Hay turquesa. 
Hay gris y hay colores llenos de tristeza.  
Hay vacío, hay vergüenza. 
Hay inmensidad no contenida en la estridencia. 
Hay silencio 
y furia 
y truenos
y energía eléctrica buscando ordenar 
que el mar vuelva al mar y el río vuelva al río. 
Hay desborde, 
desborde, 
desborde... hay vida. 
Tantísima vida por más huracanear.

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